Personas ilustres del Concejo de Valdés

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Personas ilustres del Concejo de Valdés | Etnografía | El concejo | Varios | Luarca | Valdés | Comarca Vaqueira | Occidente de Asturias | Costa de Asturias | Asturias | Principado de Asturias | España | Europa.

Descripción

Amplio es el elenco. Reseñaremos, en primer lugar, algunos de los más emblemáticos.

Álvaro de Albornoz y Liminiana nació en Luarca el 13 de junio de 1879, y en dicha villa realizó los primeros estudios. En la Universidad de Oviedo obtiene la licenciatura de Derecho, siendo aún muy joven. En sus años de estudiante vive la inquietud republicana en los círculos intelectuales ovetenses, cerca de sus maestros Clarín y Adolfo Álvarez Buylla, conocedor este último del marxismo y creador de un Seminario de Sociología que funcionó en la biblioteca de la Facultad. Este ambiente, primero, y más tarde el formado en Madrid en torno a Francisco Giner de los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, le refuerza en sus convicciones ideológicas.

Vuelve a Luarca, donde ejerce la abogacía durante más de diez años. Comenzó su militancia en el socialismo y escribió en el periódico del partido en Asturias, La Aurora Social. Ingresó, en 1909, en el Partido Republicano Radical de Lerroux, que no tardó en abandonar, y en 1929 fundó con Marcelino Domingo el Partido Radical Socialista. Miembro del Comité Revolucionario en 1930, fue diputado en las Cortes Constituyentes de la República, ministro de Fomento y de Justicia durante el bienio republicano-socialista. El fruto de su gestión ministerial fueron las leyes laicas de la República (disolución de la Compañía de Jesús, divorcio, supresión del presupuesto de Culto y Clero, reglamentación de las Órdenes Religiosas, etc.). Fue el primer presidente del Tribunal de Garantías Constitucionales. El 27 de julio de 1936 fue nombrado embajador de la República en París y jefe del Gobierno republicano en el exilio, de 1945 a 1948.

Murió en México el 22 de octubre de 1954.

Escribió varias obras de temas políticos y sociales: La Institución, el ahorro y la moralidad de las clases trabajadoras (1900), Individualismo y socialismo (1908), Ideario radical (1913), El Partido republicano... (1918), El temperamento español (1921), La democracia (1925), La libertad (1927), El gobierno de los caudillos militares (1930), La política religiosa de la República (1935), etc. En el exilio publicó, entre otras, Páginas del destierro (1941).

El Padre Galo. Galo Antonio Fernández nace en Cadavedo el 7 de agosto de 1884. Alentado por sus padres, a los 13 años entra en el Convento-Noviciado de la Congregación de Oblatos de María Inmaculada, en Umieta (Guipúzcoa). La vida sacerdotal del joven Galo transcurre modesta y silenciosa en conventos españoles y extranjeros de la Orden, al tiempo que adquiere una amplia cultura, especialmente en Historia, Arqueología y Lingüística. Hombre políglota, hablaba francés, italiano, portugués, latín y traducía correctamente inglés, alemán, finlandés, griego y hebreo, y conocía casi todas las lenguas y dialectos españoles. A pesar de su universalismo, cuando feliz e ilusionado llega a su aldea natal, vuelve a hablar en faliecha como sus vecinos. Es en Cadavedo, en su Luisedo natal, donde, gracias a él, adquiere el bable valdesano calidad evocadora singular.

El mieu llugar ya llindu miradoiru

que sulliertu pal verde mare mira,

pa la salsa qu´eslliende ya palpira

ya ruxe cun nainante rudixoiru.

Con el seudónimo de Fernán Coronas escribió centenares de rimas en el valdesano peculiar de Cadavedo. De este léxico había conseguido reunir no menos de 15.000 palabras, ordenadas y definidas para el Diccionario del bable occidental, que se espera pronto vea la luz. Su obra principal, Rimas Valdesanas, puede hoy admirarse en la Antología publicada por Antón García con motivo de la XIV Semana de les Lletres Asturianes, permaneciendo aún inéditos el Poema de Covadonga, el Viacrucis valdesano y el Refranero cadavedano.

Con no muy buena salud, Fernán Coronas abandona la orden religiosa y vuelve a Cadavedo. Su devoción mariana le movió a crear una de las fiestas de más raigambre asturianista, La Regalina, declarada de Interés Turístico, en honor de la Virgen de la Riégala, patrona de Cadavedo, y que desde 1931 se viene celebrando todos los últimos domingos del mes de agosto. Murió el Padre Galo el 28 de enero de 1939 en el Hospital Asilo de Villar (Luarca).

El Nobel Severo Ochoa, bioquímico, nació en Luarca el 24 de septiembre de 1905 y murió en Madrid el 1 de noviembre de 1993. Doctor honoris causa por las Universidades de San Luis, Glasgow, Oxford, Salamanca, Brasil, John Wesley, Santo Tomás (Manila), Granada, Oviedo, Brandeis, Jeshiva y Michigan, y profesor honorario de las Universidades de San Marcos de Lima, Santiago y Madrid.

Académico Correspondiente Extranjero de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Galardonado con la Medalla Neuberg de Bioquímica (1951), Premio Charles Meyer de la Société de Chimie Biologique y de la Universidad de Nueva York (1959).

Premio Nobel de Fisiología y Medicina, junto con A. Kinberg en el año 1959, por sus descubrimientos sobre la biosíntesis de los ácidos nucleicos. Premio Santiago Ramón y Cajal (1982). Presidente de la Sociedad Harcey (1953), de la Sociedad Americana de Químicos Biológicos (1958) y de la Unión Internacional de Bioquímica.

Gil Parrondo. Decorador cinematográfico nacido en Luarca en 1921. Estudió en la Academia de Bellas Artes de San Fernando y fue alumno de Vázquez Díaz. Tras la guerra civil ingresó en la productora ECESA, donde colaboró con Sigfrido Burmann.

Desde entonces, y gracias a su participación en las superproducciones norteamericanas rodadas en España, se consolidó como uno de los más sólidos técnicos en su especialidad y uno de los decoradores artísticos españoles de más renombre internacional: Mister Arkadin (1955), de Orson Welles; Espartaco (1960), de Stanley Kubrick; El Cid (1961), de Antony Mann; Lawrence de Arabia (1962), de David Lean; Rey de Reyes (1961) y 55 días en Pekín (1963), de Nicolas Ray; El fabuloso mundo del circo (Circus World, 1964), de H. Hathaway. Con Franklin Schaffner ganó dos Oscar por su trabajo en Patton (1970) y Nicolás y Alejandra (1971), y fue nominado por Viajes con mi tía (1972), de George Cukor. Desde entonces alternó su labor en producciones extranjeras y españolas: El viento y el león (1975), de John Milius; Robin y Marian (1976), de Richard Lester; Volver a empezar (1982), de José Luis Garci, por el que obtuvo el Premio Goya a la Mejor Dirección Artística; Bearn (1983) y Las bicicletas son para el verano (1984), de Jaime Chávarri; Werther (1986), de Pilar Miró; Adiós al rey (1988), de John Milius, etc.

Recientemente ha participado en la serie televisiva La Regenta, del afamado director J. Leite.

Margarita Salas. Nacida en Canero (Valdés) el 30 de noviembre de 1938. Es una renombrada científica, cuya vida transcurre dedicada a la investigación en su laboratorio del Centro de Biología Molecular «Severo Ochoa» de la Universidad Autónoma de Madrid.

Discípula de Severo Ochoa, con quien trabajó en Estados Unidos, fue la encargada por el Nobel luarqués, junto a su marido, el científico Eladio Viñuela, de impulsar la investigación española en el campo de la bioquímica y la biología molecular.

Licenciada en Ciencias Químicas por la Universidad Complutense de Madrid, ha publicado más de 200 trabajos científicos, pertenece a las más prestigiosas sociedades e institutos científicos nacionales e internacionales, colabora y es miembro del consejo editorial de las más importantes publicaciones científicas y ha sido nombrada directora del Instituto de España, organismo que agrupa a la totalidad de las Academias Españolas.

La importancia de los cargos directivos desempeñados por esta ilustre doctora, así como la interminable lista de premios y distinciones científicas recibidas en todo el mundo hacen que sea motivo de orgullo y admiración para el resto de los valdesanos, y así se pone de manifiesto con su nombramiento como Hija Predilecta.

Álvaro Delgado. Se han cumplido ya más de 40 años desde que este asturiano adoptivo, nacido en Madrid el 9 de junio de 1922, visitara por primera vez Asturias y concretamente la zona occidental, donde desde entonces veranea con asiduidad.

La intensidad de la relación de Álvaro Delgado con la región asturiana se ha ido incrementando con el paso del tiempo, y de sus pinceles han surgido extraordinarios paisajes y una incomparable crónica pictórica-humana de Asturias y muy especialmente de la comarca occidental.

Galardonado en 1966 con la Medalla de Oro de Las Bellas Artes, Álvaro Delgado es hoy uno de los pintores más conocidos e importantes del expresionismo español, y sin duda el mejor retratista, habiendo recibido las más valiosas distinciones que en España se conceden a los cultivadores de este arte.

Es un verdadero orgullo para todos los valdesanos ver los nombres de Luarca y Valdés asociados a este pintor universalmente consagrado que cuelga sus cuadros en importantes colecciones personales y museos de todo el mundo, como el Museo de Arte Moderno de San Francisco (EE. UU.) o la Galería Ufizzi de Florencia (Italia).

El amor puesto en convertir el entorno geográfico y humano de Valdés en tan atractiva materia artística y el entusiasmo e ilusión con que Álvaro Delgado abraza iniciativas como la de dar su nombre y de alguna manera apadrinar los ocho centros culturales integrados en el Colegio Rural Agrupado, compartido por Navia y Valdés, da una idea de las enormes cualidades humanas que atesora este ilustre valdesano adoptivo.

De las 42 personas que, según los profesores José Ramón Martínez Rivas, Secundino Estrada y Rogelio García, de Valdés emigraron a América en los siglos XV y XVI, cuatro alcanzaron una mayor notoriedad: Alonso de Luarca, Pedro de Miranda, Miguel de Luarca y fray Tomás Pérez Valdés. Los citados historiadores aportan en su estudio nuevos datos biográficos de tales personajes.

Alonso de Luarca, conocido también en las crónicas de la época por los apellidos López y Gómez de Luarca, es un aventurero de la primera mitad del siglo XVI que participó en la exploración y conquista de los señoríos mayas de Guatemala.

Este hidalgo de ejecutoria nace por el año 1500 en la villa de Luarca, aunque sus antepasados, incluidos sus padres, Juan de Santirso y Aldonza Álvarez, eran vecinos de Santirso, aldea situada en el concejo de Siero. Según dice el mismo Alonso de Luarca en su probanza, pasó a México por el año 1521 y estuvo con el capitán Pedro de Alvarado ayudando a conquistar el territorio de los Chontales, en Oaxaca.

Más al Sur, en un territorio conocido como Guatemala, se alzaban diversos e importantes reinos o señoríos mayas. Hernán Cortés encomienda la empresa de conquistarlos a su lugarteniente Pedro de Alvarado. Éste parte el 6 de diciembre de 1523 de la ciudad de México con 120 jinetes, 300 infantes, 4 piezas de artillería y una fuerza de choque formada por varios cientos de indios auxiliares: 200 tlaxcaltecas y cholultecas y 100 mexicas. Además llevó consigo cierto número de intérpretes y dos religiosos.

De los asturianos que tomaron parte en la conquista del «Imperio» azteca, participarían en esta nueva empresa Juan y Pablo de Luarca, Diego de Colio, Alonso Martín, Bernardino de Oviedo y, sobre todo, el capitán Alonso de Luarca, quien sobresalió sobre sus paisanos en la toma de los reinos de Guatemala.

De México los expedicionarios pasan a la provincia de Tehuantepec, pacificada el año anterior y en la que intervino Alonso de Luarca. Siguiendo hacia el sur por un viejo camino indio que corría por la llanura litoral, entraron sin ningún percance en la provincia de Soconusco. Durante varias jornadas caminaron por las primeras elevaciones de la Bocacosta sin ver a ninguna persona, hasta que se toparon con tres indígenas enviados por los señores del pueblo de Xetulut (conocido luego como Zapotitlán) para espiar los movimientos de los extranjeros. Al no querer someterse a los españoles, éstos tienen que tomar por las armas la población. Aquí permanecieron algunos días para reconocer la comarca y someter al resto de sus habitantes.

Ya en el altiplano guatemalteco conquistan tras ardua campaña las principales ciudades de Quiché, señorío situado a lo largo de la costa del Pacífico. Se alía luego Alvarado con los cakchiqueles, a quienes promete ayuda para luchar contra sus enemigos, los zutuhiles. Al territorio de estos indios envió dos cakchiqueles como mensajeros de paz, pero los zutuhiles, por toda respuesta, los asesinaron. Pedro de Alvarado organiza entonces una fuerza punitiva compuesta por 60 jinetes, 150 soldados de infantería y 200 indios auxiliares cakchiqueles.

Como en otras campañas de la conquista de Guatemala, se desconoce con detalle la participación de los asturianos en estas empresas. Por una información de méritos de Méndez de Sotomayor, en la que Alonso de Luarca fue uno de los testigos, conocemos que éste acompañó también en esta ocasión a Alvarado al reino de los zutuhiles, cuya capital se alzaba a orillas del lago Atitlán. Sus habitantes se fortificaron en un peñol de la laguna, cuyo único acceso era una calzada tan estrecha que no podía pasar por ella la caballería. Mientras los arcabuceros acometían el peñol por tierra con ayuda de un escuadrón de cakchiqueles, Alonso de Luarca y demás infantes, con otro grupo de cakchiqueles, se apoderaron de numerosas canoas y acosaron desde ellas a los defensores. Cercados de este modo, los zutuhiles en poco tiempo se vieron en la necesidad de abandonar su privilegiada posición huyendo a nado a una isleta cercana, donde fueron definitivamente vencidos. Al día siguiente, el 18 de abril de 1524, el ejército español entró en Atitlán, ciudad que había sido abandonada por todos sus moradores. Alvarado, como hiciera en anteriores ocasiones, envió una embajada a los principales señores de la comarca exhortándoles a que aceptasen la paz y volviesen a residir en sus pueblos, donde se les entregarían todos los prisioneros, lo que así hicieron aquéllos. A esta paz siguió un ir y venir de indios de los pueblos de la región a la laguna para dar obediencia a los españoles con presentes de oro y mantas. A orillas del lago Atitlán levantó Alvarado un fuerte en el que dejó una guarnición, regresando con el resto de sus hombres a Iximché, capital de sus aliados cakchiqueles.

A esta conquista siguió después la de Izcuintepeque, en el sureste de Guatemala, y luego la del territorio pipil —en el Salvador—. El 25 de julio de 1524 Pedro de Alvarado erigía en Iximché la ciudad española de Santiago de los Caballeros de Guatemala. Entre sus fundadores se encontraba nuestro protagonista, además de otros asturianos.

En el sur de Guatemala, entre Chiapas y el señorío de los Quichés se situaba el territorio de los mayas pocomanes, enemigos de los quichés y cakchiqueles. Su capital, Mixco, se encontraba en una planicie, en lo alto de una gran peña tajada. La ciudad, que podía albergar más de 9.000 personas, era prácticamente inexpugnable. Como única entrada contaba con una senda estrecha y empinada que permitía únicamente el paso de un hombre a la vez. Bastaba un grupo de indios arrojando piedras, muy abundantes en el risco, para defenderse de todo un ejército.

Las noticias de que los de Mixco se estaban fortificando aun más y que su ejemplo lo seguían otras naciones indias para defenderse de los posibles ataques de los españoles, llegaron a oídos de Pedro de Alvarado, quien despachó hacia allí un cuerpo de ejército. Al frente de esta fuerza expedicionaria puso al capitán Alonso de Luarca.

Llegados al río de Mixco, el capitán asturiano comprende que la conquista del lugar iba a ser difícil. Un asedio prolongado tampoco solucionaría las cosas ya que los pocomanes habían almacenado abundantes víveres y armas en previsión de una larga guerra. Sin desanimarse, los españoles iniciaron el asalto a la peña siendo rechazados una y otra vez por los guerreros indios que les arrojaban numerosos pedruscos y lluvias de flechas, muchas de ellas envenenadas, lo que atemorizó aun más a los soldados por el miedo que sentían hacia este género de armas, ya que un simple rasguño producido por una de ellas bastaba para terminar con sus vidas en pocas horas y del modo más atroz.

En esta apurada situación, llegó Pedro de Alvarado con otros 30 españoles y 200 indios tlaxcaltecas. Por sí mismo contempló que el peñol era muy difícil de tomar por su inaccesibilidad. Aun así, con el parecer favorable de Alonso de Luarca, Luis de Vivar y otros oficiales de su estado mayor, resolvió continuar el asedio hasta tomar la fortaleza para que sirviera de ejemplo a los demás pueblos y no imitasen la conducta de los habitantes de Mixco. Por los chignautecos, otro pueblo vecino que había venido a socorrer a los sitiados y que fueron vencidos por los españoles, supieron que los de Mixco, en caso de apuro, pensaban huir por una gran cueva que conducía a las vegas del río. Para cortarles la retirada era preciso apostar un contingente de soldados en los bosques cercanos a la boca de la cueva.

El principal problema que se les presentaba a los españoles estribaba en la forma de subir hasta la planicie de los enemigos. No quedaba otra solución que ascender por la estrecha senda. Se ordenó para ello que un soldado fuese en primer lugar con un escudo para proteger a un ballestero que iría en segundo lugar; tras ellos caminaría un arcabucero con otro escudero para que le protegiese, y así sucesivamente.

En tanto que estos soldados ascendían con dificultad, pero sin interrupción, esquivando como podían las flechas y piedras que les arrojaban desde la cima, el capitán Alonso de Luarca parte con 40 hombres soldados y guías indios chignautecos hacia la vega de Chignauta, ocultándose en un bosque cercano a la cueva a la espera de que Alvarado y el resto de sus hombres hiciesen salir a los indios.

Poco después, los defensores de Mixco, incapaces de detener a los soldados españoles que ya empezaban a ocupar la planicie, empezaron a evacuar la ciudad. Para ganar tiempo, nuevos escuadrones de guerreros indios salieron a entretener a los soldados mientras los demás vecinos ganaban la cueva huyendo a través de ella.

Sin imaginarse lo que les esperaba del otro lado, hombres, mujeres y niños empezaron a salir a la vega del río, momento que aprovechó Alonso de Luarca para lanzar a sus hombres sobre los fugitivos. El capitán asturiano encontró tenaz resistencia, pero haciendo maniobrar a la caballería logró reducirlos y obtuvo un buen número de prisioneros. Otros, por el contrario, consiguieron salvarse escondiéndose en los bosques próximos, donde permanecieron a la expectativa. Entre los cautivos, Alonso de Luarca halló a varios de los principales jefes indios de Mixco.

La captura de sus caciques enfureció de nuevo a los indios, que salieron de sus escondrijos y se enfrentaron de nuevo a los españoles con más ardor y ferocidad que antes. Alonso de Luarca les recibió con una descarga de los pocos arcabuces de que disponía. A continuación lanzó contra los ahora aturdidos indígenas a los jinetes, que terminaron por vencerles. Dándose por derrotados, los indios intentaron entonces darse a la fuga, pero fueron la mayoría apresados por el asturiano.

Éste, sin tener que lamentar una sola baja, partió con todos sus prisioneros al pueblo de Chignauta donde se aprovisionó de víveres, llegando horas después al campamento español. Como Pedro de Alvarado no se encontraba en él sino en la planicie de Mixco, Luarca le envió un mensaje anunciándole su llegada y la captura de los fugitivos.

Con este recado, Alvarado se dispuso a descender de Mixco con el ejército y los indios capturados en este lugar. Antes de partir definitivamente de este sitio, ordenó incendiar la ciudad para que no sirviese más de cobijo a indio alguno. A 9 o 10 leguas del risco, en la llanura, mandó edificar otro pueblo, donde instaló a todos los prisioneros.

En ese año de 1525 tiene lugar también la sumisión del importante reino de los mames, situado en el extremo oeste de Guatemala. Los mames eran enemigos acérrimos de los quichés, y por medio de éstos supo Pedro de Alvarado de su existencia. La conquista del territorio de los mames fue encomendada a Gonzalo de Alvarado. En julio de ese año partió la expedición española. Entre los 80 españoles que tomarían parte en esta misión se halla también el capitán Alonso de Luarca, a quien Alvarado encomendó el mando de la caballería compuesta por 40 jinetes. El cuerpo de ejército se completaba con 2.000 indios mexicanos y guatemaltecos.

El viaje fue largo y accidentado. Al llegar a una llanura divisaron el pueblo de Mezatenango, defendido por un numeroso contingente de guerreros que se habían hecho fuertes en una fortaleza fabricada de gruesos troncos. Los indios recibieron con gran griterío, flechas, lanzas y piedras a los extranjeros. Los soldados se lanzaron al asalto de la trinchera sin conseguir tomarla. Entonces Alonso de Luarca embistió con la caballería y consiguió hacer una brecha en la empalizada, por donde se introdujo con los suyos. Los indígenas son entonces reducidos y su pueblo tomado.

Más adelante les salieron al encuentro cinco mil guerreros indios de Malacatán. Nada más comenzar la batalla, Luarca avanzó con la caballería y rompió la vanguardia de los arqueros indios. Los soldados y los indios mexicanos y guatemaltecos que venían detrás se encargaron de rematar la acción del aventurero asturiano. El segundo frente de los malacatanes lo formaba un contingente de guerreros portadores de largas lanzas, con las cuales mataron algunos caballos e hirieron a varios soldados. Animados por su cacique Ca-Ilocab, los indios peleaban bravamente y ya casi tenían ganada una elevación del terreno con clara intención de dejarse luego caer por la espalda del ejército español, cuando Alonso de Luarca se percató del hecho y tras advertir a grandes voces del peligro a Gonzalo de Alvarado, se lanzó a proteger aquel frente. Enseguida se trabó una sangrienta pelea que terminó cuando Gonzalo de Alvarado pudo matar de un lanzado a Ca-Ilocab. La muerte de su jefe propició una desbandada general de los guerreros indios. Alvarado, Luarca y demás soldados les persiguen hasta Malacatán, población en que solamente encontraron a viejos y enfermos, ya que los demás habían huido a los montes. Al día siguiente varios caciques de la comarca vinieron a visitar a los españoles, dándoles sumisión.

Parte luego Alonso de Luarca con Gonzalo de Alvarado hacia el territorio de los mames. Al llegar a las proximidades de su capital, Huehuetenango, los expedicionarios recelaron de la gran quietud que reinaba en el lugar. Por orden de Alvarado, Alonso de Luarca se adelanta a inspeccionar la ciudad, que encuentra desierta, sin provisiones y con muchas de sus casas destruidas por los propios indios. Caibil-Balam, reyezuelo del lugar, se había retirado con la mayoría de sus fuerzas a la cercana fortaleza de Zaculeu.

Fuera del recinto amurallado estaba apostado un ejército de seis mil indios dispuestos a impedir el paso a los extranjeros. Alvarado envía contra ellos a la infantería, que pronto se encontró en grave aprieto por la lluvia de saetas, piedras y lanzas que les arrojaban los indios. Avanza entonces Alonso de Luarca con la caballería por el ala izquierda del ejército indio y «lo rompió por muchas parte atropellándoles al choque con espantosa furia; haciendo cada jinete muy ancho campo por donde acometía, y todos juntos estrago lamentable con las lanzas» (Fuentes y Guzmán). Alvarado, con la infantería y los indios amigos, termina por desbaratar por completo a los mames, que dejando a más de trescientos de los suyos muertos en el campo de batalla se tienen que replegar a la fortaleza.

Los españoles inician el asedio del recinto, cortando todos sus suministros. Varias semanas después, Caibil-Balam, carente de víveres —los sitiados habían llegado a comer los cadáveres de sus compañeros muertos—, solicitó la paz y se entregó con los suyos a Gonzalo de Alvarado, quien los trató con gran miramiento. Concluida esta campaña, los vencedores regresaron a Guatemala.

Confiesa Alonso de Luarca en su probanza que en los años siguientes participa en la sofocación de los cakchiqueles, que se habían rebelado por los abusivos tributos impuestos por Pedro de Alvarado. En una de estas acciones punitivas, el luarqués resultó herido en cuatro o cinco sitios de su cuerpo mientras realizaba con otros españoles al asalto de Xalpatagua, fortaleza edificada en un inaccesible peñol protegido por fosos y barrancos. Al final, luego de tres días de sangrientos combates, se logró tomar el lugar a costa de la pérdida de numerosas vidas de indios y españoles.

En el año 1527 el capitán Alonso de Luarca, al mando de una compañía de soldados e indios auxiliares, acompaña a Pedro de Portocarrero —lugarteniente de Pedro de Alvarado, ausente en España— a sofocar el levantamiento de los cakchiqueles del valle de Sacatepequez. Después de fuertes enfrentamientos se logró pacificar la zona. Estuvo también presente el capitán luarqués en el traslado de la ciudad de Santiago al valle de Almolonga (noviembre de 1527). En mayo de 1530 la sublevación de los cakchiqueles se da por terminada al rendirse los que aún andaban por los montes.

Conquistada y pacificada Guatemala y El Salvador, Alonso de Luarca se instala como vecino en Santiago de Guatemala y contrae matrimonio con doña Ana de Argueta, teniendo diez hijos. Por su inestimable contribución a la conquista de estos territorios, la Corona concedió al capitán asturiano un escudo de armas y le dio las encomiendas de Quezalcoatitán e Yçapa con 20 y 160 indios, respectivamente. Alonso de Luarca desempeñó en Santiago de Guatemala (la ciudad sería definitivamente trasladada en 1542 al valle de Panechoy) los cargos de regidor y alcalde de la Hermandad.

Fue Alonso de Luarca uno de los más destacados y prestigiosos conquistadores de Guatemala, como lo atestigua una relación que el cabildo de Santiago envió al Rey antes de 1548 con la lista de los más aventajados españoles que tomaron parte en esta empresa. Fue asimismo uno de los últimos supervivientes de los conquistadores de Guatemala. En 1570 seguía aún con vida, falleciendo de avanzada edad.

Pedro de Miranda. El Libro de Pasajeros a Indias dice que este hidalgo era vecino de Luarca e hijo de Sancho García de Miranda y de María González (en otro lugar pone García de Bideba), vecinos también de Luarca.

Contaba 18 años cuando el 22 de marzo de 1535 se alista en la expedición que ese año llevó a Santa Marta el capitán asturiano Juan de Junco. No se vuelve a saber de él hasta que en 1538 se traslada a Perú. En el último cuarto de ese año acompaña a Francisco Pizarro de Cuzco a Vilcabamba para perseguir y capturar a Manco Inca —hermano de Huascar—, quien con muchos de sus seguidores y un cuantioso tesoro se había ocultado en las montañas andinas desde donde hostigaba a los españoles. Por sus espías supo Manco Inca de la venida de los españoles y les hizo frente causando numerosos heridos entre aquéllos, aunque no pudo impedir que su yerno Acapirmachi resultase vencido y apresado por Pizarro y sus hombres, «donde se pasó gran peligro y riesgo de la vida, por haber muy gran número de indios que estaban con el dicho Inga», dice Pedro de Miranda en su información de servicios. Se replegó entonces Manco Inca a la provincia de Viticos, zona situada en lo más áspero de la serranía andina, inaccesible para los jinetes españoles. En vista de esta dificultad, Francisco Pizarro desiste de perseguirle y determina fundar en este área la localidad de Guamanga. Pedro de Miranda está presente en esta fundación pero no se queda como vecino, sino que regresa con Pizarro a Cuzco.

Al sur de la gobernación de Perú se encontraba el territorio de Chile habitado por los aguerridos araucanos, que los incas intentaron someter sin éxito. La primera expedición española que entró en esta región fue la que realizó en 1535 Diego de Almagro pero sin resultados prácticos ya que no fundó ninguna colonia, limitándose a explorar el territorio hasta más allá de Valparaíso. No será hasta 1540 cuando salga otra expedición de Perú para colonizar Chile. La misma la comandaba Pedro de Valdivia, teniente gobernador de Francisco Pizarro.

Desde que Diego de Almagro regresara de su expedición a Chile, este territorio tenía tan gran mala fama que cuando Valdivia quiso reclutar hombres para volver allí sólo consiguió reunir a once españoles, entre los cuales se encontraba Pedro de Miranda, el cual aportó a la empresa un caballo y armas. Mil indios auxiliares les acompañaban para llevar el equipaje.

Con este exiguo número de hombres partió Pedro de Valdivia de Cuzco en enero de 1540 hacia el sur. Tenía el convencimiento de que por el camino se le irían uniendo más hombres. Con esta esperanza desciende de la cordillera a la costa. Transitan por los valles de Arequipa y Tacna. En dos meses largos de caminata alcanzan el valle de Tarapacá. El desaliento es total. Valdivia envía a uno de sus hombres a buscar refuerzos, pero antes de regrese llega un importante grupo de españoles. Son ya más de cien los aventureros europeos dispuestos a conquistar y colonizar Chile.

Los expedicionarios atraviesan con grandes penurias el desierto de Atacama. En el valle de Copiapó se le unen nuevos refuerzos. Ahora suman ciento cincuenta españoles dispuestos a todo. Pedro de Valdivia toma entonces en nombre del Rey de España posesión del territorio que llamó Nueva Extremadura o Nuevo Extremo. A medida que siguen avanzando, la tierra se muestra cada vez más fértil y habitada. Los indígenas acogen con gran hostilidad a los extranjeros, pero no pueden detenerlos. Dejando atrás el valle de Coquimbo, llegan al de Mapocho, donde Pedro de Valdivia y sus hombres fundaron la primera ciudad en Chile: Santiago del Nuevo Extremo (12 de febrero de 1541), de la cual Pedro de Miranda sería uno de sus primeros vecinos.

Los indígenas no estaban dispuestos a permitir que los extranjeros blancos se asentaran en su territorio. Por ello, las tribus de la región se confabularon para atacar a los invasores y destruirlos. Valdivia supo de estas maniobras y fue con un grupo de españoles a Cachapoal para atacar un numeroso contingente de indios que el prestigioso cacique Michimalonco tenía acantonados en un fuerte dispuesto para acometer a los españoles. Como dice en su probanza, Pedro de Miranda fue uno de los noventa soldados que partieron hacia allí, mandándole el gobernador que asaltase la fortaleza india. La batalla con los indígenas resultaba muy reñida y «el dicho Pedro de Miranda se señaló, por venir, como venía, la gente de á pie desbaratados de los indios, y fué necesario resolver sobre ellos donde el dicho Michimalongo fué desbaratado y preso».

La captura de uno de los principales jefes indios no impidió que, finalmente, los indígenas se rebelasen contra los españoles. Los primeros en hacerlo fueron los de Cocón, zona situada en la costa, donde una patrulla española estaba construyendo un bergantín para poder comunicarse con Perú. Todos fueron muertos, excepto dos que pudieron llegar a Santiago y comunicar el desastre a Valdivia. Éste salió de inmediato hacia la costa llevando a Pedro de Miranda y otros treinta y nueve soldados. La catástrofe era mayor de lo que se habían imaginado los españoles. El barco que se estaba construyendo quedó totalmente destruido. A fin de castigar a los culpables, Pedro de Valdivia dio varias batidas por la zona, capturando a Atangalongo y otros jefes indios de la zona.

Al llegar Valdivia, Miranda y demás expedicionarios a Santiago se encontraron con que los indios, en su ausencia, habían atacado masivamente la ciudad destruyéndola por completo: «quemaron toda la ciudad, y comida, y la ropa, y cuanta hacienda teníamos, que no quedamos sino con los andrajos que teníamos para la guerra y con las armas que a cuestas traíamos, y dos porquezuelas y un cochinillo y una polla y un pollo y hasta dos almuerzas de trigo» (Pedro de Valdivia).

La situación era tan extremadamente grave que el gobernador decide enviar un grupo de hombres a Perú en solicitud de ayuda. Para tan arriesgada misión, dado que todo el territorio estaba en pie de guerra contra los colonizadores, el jefe español selecciona al capitán Alonso de Monroy, Pedro de Miranda y otros cuatro de sus más valerosos soldados. A fin de que lleguen lo más rápidamente a su destino les entrega los mejores caballos que quedaban y siete mil pesos en oro. Para aligerar el peso, el oro es fundido en seis pares de estribos, guarniciones para las espadas y un par de platos, todo ello forrado de cuero para ocultarlo a los ojos de los indios.

Todo se desarrolló con normalidad hasta que al llegar al valle de Copiapó los indios recibieron amigablemente a los españoles, pero cuando éstos entraron en el principal de sus pueblos fueron furiosamente atacados por los indígenas, que mataron a cuatro de los soldados e hirieron malamente a Monroy y Miranda. Aun así, los dos supervivientes consiguieron escapar a uña de caballo, pero sin comida, y desconociendo el terreno, fueron más tarde capturados en unos arenales por una partida de indios guerreros que salieron en su persecución.

Al principio Miranda y Monroy fueron duramente tratados por los indígenas, esperando de un momento a otro ser sacrificados a sus dioses. Andequín, el jefe indio de la comarca, mandó encerrarles en una prisión para interrogarles después más a fondo. A medida que pasaban las horas, mayores eran las esperanzas de supervivencia de los dos españoles. Andequín se aficionó a hablar con los dos presos, permitiéndoles en los días siguientes salir por el pueblo con una fuerte escolta.

En este lugar vivía un español llamado Francisco de Gasco, quien, meses atrás, había venido a Chile con otros trece compañeros. Éstos fueron muertos por los indios al llegar al valle de Copiapó. Solamente se salvó Francisco de Gasco, quien rápidamente supo integrarse en la comunidad india, casándose con unas nativas. Pues bien, en uno de sus paseos por el pueblo el asturiano Miranda encontró en una caja dos flautas que uno de los compañeros de Gasco había traído. Cogiendo una de ellas, «comenzó a tocar, que lo sabía hacer. Como los principales indios lo vieron, dióles tanto contento la voz y música della, que le rogaron los vezasse [enseñase] a tañer, y no lo matarían. Él, como hombre sagaz, viendo que no le iba menos que la vida, les dijo que lo haría y les mostraría muy bien; mas que les rogaba que al capitán Monroy no lo matasen, que era su amigo y le quería mucho. Fué tanto lo que persuadió a aquellos principales con la flauta, que condescendieron a su petición... mas que Monroy les había de servir de caballerizo y mostralles a andar a caballo, quedando con esta orden» (Góngora Marmolejo).

De esta manera salvaron los dos españoles la vida. En los días siguientes, Miranda y Monroy los dedicaron a enseñar a los indígenas a tocar la flauta y montar a caballo. Tramaron también que en la primera oportunidad que tuvieran escaparían del lugar. La ocasión se les presentó cuando, a los tres meses de estar prisioneros, el cacique Andequín los invitó a participar en un solemne banquete. En estos actos los indios eran muy aficionados a tomar grandes cantidades de bebidas alcohólicas, lo que favorecía los planes del asturiano y de Monroy. Al terminar la fiesta, los indios que acompañaban a su jefe y a los dos prisioneros españoles se iban quedando tirados por el camino, borrachos. Finalmente, el cacique quedó solamente con cuatro de sus guerreros, totalmente ebrios. Era el momento esperado por los dos españoles para escapar. «Entonces Pedro de Miranda fingió cierto dolor agudo, y quejándose mucho, intimaba del mal gravemente —cuenta el cronista Mariño de Lobera—. El cacique, teniéndole compasión, se apeó del caballo a darle algún socorro, y como Pedro de Miranda le vio en el suelo y junto a su estribo, sacó una daga que siempre había tenido escondida en lo más secreto de su cuerpo, y dió de puñaladas al cacique dejándole tendido [en el suelo]... Acudió de presto Alonso de Monroy a los otro cuatro indios, y como estaban embriagados fué menester poco para matarlos».

Rápidamente ataron los otros dos caballos a las colas de los suyos, cogieron los platos de oro y escaparon del lugar. Por el camino tropezaron con Francisco de Gasco, a quien obligaron a subir a uno de los caballos para que les acompañase y les sirviese de guía. Sin comidas, sin armas para defenderse —sólo contaban con dos puñales—, el viaje por un territorio desconocido y con los indios en pie de guerra se les hizo insufrible e interminable. La marcha se complicó y se volvió agotadora al morírseles tres de los caballos; el que les quedaba estaba malherido, por lo cual tuvieron que hacer la mayor parte del viaje a pie. Lo que más difícil les resultó fue atravesar el desierto de Atacama. No se perdieron en este paisaje desolador porque siguieron el rastro de los numerosos cadáveres de españoles, indios y caballos de anteriores expediciones.

Grande fue la alegría de Miranda y Monroy al llegar a la provincia de Tarapacá y verse en medio de indios amigos y cristianizados. Aquí permanecieron unos días reponiéndose de las fatigas pasadas, siguiendo luego y sin pausa hasta la ciudad de Cuzco, donde informaron al nuevo gobernador, Vaca de Castro, de todo lo sucedido en Chile y en qué pésimas condiciones quedaba Pedro de Valdivia y sus hombres.

En la capital incaica, Pedro de Miranda y Alonso de Monroy hicieron ostentación de sus estribos y platos de oro, lo que provocó que un buen número de españoles se alistase para ir con ellos a Chile. De esta manera reunieron sesenta hombres y cien caballos. También consiguieron hacerse con un navío para que llevase más auxilios a Santiago de Chile.

El grueso de los refuerzos partió por tierra al mando de Alonso de Monroy. En el trayecto tuvieron que hacer frente a las tribus indias que pretendían cerrarles el paso. Por orden de Monroy, Pedro de Miranda capitaneó grupos de hombres para desbaratar a los aborígenes de los valles de Atacama, Copiapó, Huasco, Coquimbo, Limarí y Ligua. El 20 de diciembre de 1543 llegaron a Santiago débiles y flacos, pero habían roto el aislamiento. El fantástico viaje del Miranda y de Monroy a Cuzco y los posteriores esfuerzos que consiguieron traer a Santiago no solamente salvaron a los españoles que permanecieron en Chile, sino que también reactivaron la colonia e impulsaron la conquista hacia el Sur.

Con los nuevos refuerzos, Pedro de Valdivia prosiguió la exploración y conquista de Chile. La primera incursión se hizo contra los indios del territorio de los promaocaes, y en ella participó el asturiano, siendo herido en uno de los encuentros que tuvieron con los indios en Taguataguas. En su probanza no menciona Miranda que participase en este periodo en más entradas de importancia, permaneciendo en la ciudad de Santiago.

Cuando en diciembre de 1547 Pedro de Valdivia emprende por mar viaje a Perú en busca de nuevos refuerzos, Pedro de Miranda le acompaña, debiendo participar entonces en la batalla de Jaquijahuana, donde el rebelde Gonzalo Pizarro y sus seguidores fueron derrotados por las fuerzas del representante real Pedro de La Gasca. De vuelta en Chile, participa Pedro de Miranda en la fundación de La Serena (1549).

El desastre de Tucapel, en donde los araucanos dirigidos por Lautaro aniquilaron a medio centenar de españoles dirigidos por el mismo Pedro de Valdivia —quien falleció también en el combate (25 de diciembre de 1553)—, cogió al asturiano en Santiago. Los indios, envalentonados por su triunfo, se lanzaron entonces contra la ciudad de la Concepción. Los vecinos hubieron de evacuarla a toda prisa y dirigirse a Santiago. Enterado del suceso, el Cabildo de esta última ciudad «proveyó al dicho Pedro de Miranda por capitán, con número de gente, para que fuese á amparar y socorrer los términos deste cibdad y la gente que venía de la dicha cibdad de la Concebción, en lo cual sirvió mucho á Su Majestad y fué causa que todos los indios de la comarca se sosegasen», se lee en su probanza.

El nuevo virrey del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, designó para ocupar el vacante puesto de gobernador de Chile a su hijo García Hurtado de Mendoza (enero de 1557). Éste emprende enseguida una serie de acciones tendentes a pacificar las provincias de Arauco y Tucapel. Pedro de Miranda actúa en esta campaña en la compañía del capitán Rodrigo de Quiroga, aportando varios caballos, armas y provisiones. Se distingue en las batallas de Bio-bio y sobre todo en la de Millarapue, donde fue derrotado el jefe araucano Caupolicán. Tras esto, el asturiano sigue al gobernador Hurtado de Mendoza hasta Concepción, ayudando en su reedificación.

Pacificado el territorio, Pedro de Miranda permanece la mayor parte del tiempo en Santiago atendiendo su hacienda, principalmente la encomienda de Copequén, un pueblo de indios que, según dice su probanza, le rendían muy pocas rentas.

Pedro de Miranda fue en 1566, 1559, 1561 y 566 alcalde ordinario de Santiago de Chile, y seis veces regidor de la misma ciudad (1550, 1551, 1553, 1555, 1558 y 1563). Estando en este último cargo por el año 1555, se la autorizó para salir en persecución de indios promaocaes, rebelados contra los españoles. En 1558 se le nombra Alférez Real para que haga la proclamación de Felipe II. En 1567 es elegido procurador de la ciudad y, al año siguiente, el Cabildo lo designó para que lo representase en el recibimiento del presidente Bravo de Saravia.

Pedro de Miranda contrajo matrimonio con la viuda zaragozana Esperanza de Rueda, con la que tuvo varios hijos e hijas. El primero de noviembre de 1573 este singular personaje caía asesinado en su casa a manos de su propio cuñado. El homicida, casado con una hija mestiza del conquistador asturiano llamada Catalina de Miranda, había matado segundos antes a Esperanza de Rueda y a su mujer, ambas embarazadas. Y no contento con ello asesinó igualmente a un huésped de la casa llamado Francisco de Soto.

La encomienda de Pedro de Miranda las heredó su hijo Pedro de Miranda Rueda, quien, como su padre, será capitán, alcalde y regidor de Santiago de Chile.

Miguel de Luarca. Insigne aventurero de la segunda mitad del siglo XVI, nacido en la villa de Luarca entre los años 1540-1545.

Ninguno de los documentos manejados dice con exactitud cuándo emigró al Nuevo Mundo, pero en 1565 se le encuentra en la ciudad de México. El 21 de febrero del año siguiente emprende camino hacia el puerto de Acapulco para trasladarse a las islas Filipinas. Embarca en el San Jerónimo, galeón que capitaneaba Sánchez Pericón, siendo pilotado por el mulato Lope Martín.

El viaje por el Pacífico fue muy accidentado. El piloto mulato —desertor de la expedición que en 1565 llevó Miguel López de Legazpi— no estaba dispuesto a volver a las Filipinas para que le ahorcase Legazpi por su aborrecible acción. Por ello, el mulato y unos cuantos adictos asesinan al capitán Pericón y a otros oficiales; se hacen con el mando de la nave, y, tras cambiar el rumbo, recalan en las islas Barbudas. Pero gracias a la intervención de Miguel de Luarca y algún otro pasajero no participante en el motín, consiguieron hacerse con el barco y reanudar el viaje a las Filipinas. En las islas Barbudas quedaron el mulato López Martín y sus partidarios, que no quisieron rendirse.

El 1 de octubre de 1565, Miguel de Luarca y otros 135 supervivientes del San Jerónimo avistan la isla de Cobos del archipiélago filipino. Cuando sólo les quedaba agua para un día, arribaron a Cebú. Entraron en el puerto el martes 15 de octubre de 1566, siendo recibidos con salvas de cañón y el tronar de las campanas de la iglesia próxima. Informado de todo lo sucedido a lo largo del accidentado viaje, el gobernador Miguel López de Legazpi prometió a Miguel de Luarca y demás pasajeros que se mostraron leales diversas mercedes en cuanto se conquistasen todas las islas Filipinas.

En ese archipiélago asiático, el luarqués desarrollará una gran actividad participando en la exploración y conquista de las islas de Cebú, Panay, Negros, Sumar y Luzón. Terminadas esas empresas, Miguel López de Legazpi hizo a comienzos de 1572 un repartimiento general de los pueblos, aldeas e indígenas de las Filipinas entre los oficiales y soldados que más se habían distinguido en la conquista de estas islas. A Miguel de Luarca se le otorgó la encomienda de Otón u Ogtón, al SE. de la isla de Panay. Por una relación de encomiendas de 1591, donde se nombra a Lucía de Luarca como familiar —probablemente, una hija suya— y heredera de los bienes de Miguel de Luarca, podemos precisar que su encomienda estaba repartida por tres islas. En conjunto su encomienda le rendía 1.600 tributos, que son 6.400 personas.

En 1581 los religiosos se enfrentaron a los encomenderos denunciando las tropelías que cometían contra los indígenas. Finalmente, éstos se alzaron contra el dominio español, pero fueron doblegados de nuevo. En esta campaña Miguel de Luarca desempeñó un papel primordial en el sometimiento de los nativos de la región de Otón, como lo atestiguan las crónicas de la época. Pero la discordia entre los religiosos y los colonos se agudizó aun más. El mismo gobernador Gonzalo Ronquillo tomó parte en el asunto a favor de los encomenderos. Por el contrario, Miguel de Luarca apoyó la causa de los religiosos y, por tanto, de los nativos, enfrentándose a sus compañeros encomenderos, consiguiéndose al final la abolición de la esclavitud de los indígenas filipinos.

En 1575 Miguel de Luarca hizo un viaje de dos meses largos a China; era el primer español en llegar a ese gigantesco país.

Fue armador y regidor de la villa de Arévalo, de la que era vecino.

Falleció en las Filipinas a lo más tardar en 1591, año en que sus encomiendas pasaron a Lucía de Luarca.

Fray Tomás Pérez Valdés, religioso mercenario y misionero en Perú y Chile. «Soy en Asturias nacido —dice en una carta escrita a Felipe II—, en el concejo de Valdés, en un pueblo que se llama Cristóbal, junto a Luarca, hijo de padres hijosdalgos».

La fecha de su nacimiento hay que situarla antes del año 1540. Él mismo dice, en la carta que en 1580 envió a Felipe II, que es «hombre de más de 40 años». Estudió Teología en Valladolid donde consiguió el título de Bachiller. Hacia el año 1565 pasó como misionero al Perú, adquiriendo en Lima el título de Maestro de Teología. Entre otros lugares estuvo predicando a los indígenas de Ayabaca, término de Piura, y en Chota, término de la ciudad peruana de Trujillo. Para que los aborígenes comprendiesen mejor la doctrina cristiana, Valdés se dedicó a estudiar la lengua nativa, llegando a dominarla en gran parte.

Comisionado por su orden, fray Tomás Pérez partió en el año 1578 a Chile para visitar las casas que allí tenían. Mal recuerdo trajo el misionero valdesano de este viaje, pues en 1580, al regresar a Perú, escribió una carta a Felipe II dándole cuenta de la situación caótica en que se hallaba Chile, sumergido desde hacía años en una interminable guerra contra los indómitos araucanos. Pérez Valdés echa la culpa de todo ello al mal gobierno y a la ambición de las autoridades coloniales españolas de Chile que sólo se preocupaban de satisfacer sus intereses particulares: «Los que gobiernan al presente han sido vecinos que ya tienen su premio y no aguardan más, antes desean que no se acabe la guerra porque mientras la hay, son señores de las haciendas ajenas y acabándose, no son más que los otros». Valdés se queja también de la indisciplina de los eclesiásticos chilenos y de los agravios que recibió en su viaje: «Así mismo, en lo eclesiástico, tiene Vuestra Majestad necesidad de poner la mano, porque certifico que se van con el uso de la tierra, así los religiosos como la clerecía, porque no quieren conocer prelados ni visitas que les vengan de España; y esto digo porque lo he visto por mis propios ojos, como tal Visitador que he sido en aquellas partes, muy agraviado de los religiosos, por no tener favor de parte de Vuestra Majestad». Termina el asturiano su carta pidiendo al Rey que ponga remedio a tanto desenfreno y mal gobierno: «Vuestra Sacra Majestad mande poner remedio, así en lo uno como en lo otro, y, si necesario fuere, yo iré con la persona que enviare, para señalar con el dedo lo que hay, y aun para que se haga información del ejemplo que yo di y predicación, en aquellas partes y de los agravios que recibí, y conforme a la culpa contra mí resultare se me dé las penas y a esto no me mueve afición ni pasión, sino el celo cristiano y ser tan verdadero vasallo de Vuestra Majestad».

En 1581, fray Tomás Pérez de Valdés fue elegido provincial de su orden, cargo que desempeñó con gran acierto hasta el año 1585. Sus contemporáneos le consideraban un religioso lleno de virtudes y santidad.

BIBLIOGRAFÍA

—COSTALES, MARÍA TERESA y DÍAZ, MÓNICA: Valdés. Colección «Asturias concejo a concejo», Real Instituto de Estudios Asturianos, Oviedo, 1997.

—COSTALES, MARÍA TERESA: «Valdés», en Asturias a través de sus concejos, Editorial Prensa Asturiana S.A./La Nueva España, Oviedo, 1998.

—FERNÁNDEZ PEREIRO, JUAN: «El Concejo de Valdés», en Geografía de Asturias, t. III, Editorial Prensa Asturiana S.A., Oviedo, 1992.

—MARTÍNEZ RIVAS, JOSÉ RAMÓN; GARCÍA CARBAJOSA, ROGELIO; ESTRADA LUIS, SECUNDINO: Asturianos a América (1492-1600), Oviedo, 1992.

—VARIOS AUTORES: «Valdés/Luarca», en Gran Enciclopedia Asturiana, tomos 9 16 y 2

Concejo de Valdés

Mar, Río y Montaña, conforman el concejo de Valdés. Su capital es Luarca, conocida como la "Villa Blanca de la Costa Verde". Bellezas naturales, calamares gigantes, leyendas como la del Puente del Beso, arquitectura modernista e indiana, tierra de sabios que han marcado un hito en la historia del conocimiento humano. Bello, sabio, enigmático y enorme, así es Valdés.

Los concejos (municipios) que limitan con el Concejo de Valdés son: Cudillero, Navia, Salas, Tineo y Villayón. Cada uno de estos concejos (municipios) comparte fronteras geográficas con Valdés, lo que implica que comparten límites territoriales y pueden tener interacciones políticas, sociales y económicas entre ellos.

Comarca Vaqueira

Toma su nombre de los vaqueiros de alzada, grupo social con una cultura nómada, que ha dejado su impronta en una extensa comarca de cinco municipios, donde hay un poco de todo: costa e interior, y en el interior, montañas, sierras, valles, ríos, frondosos bosques…

La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Allande, Cudillero, Salas, Tineo y Valdés. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.

Conocer Asturias

«La Universidad de Oviedo: Fundada en 1608, la Universidad de Oviedo es una institución académica de renombre en España. Su edificio principal, conocido como el Edificio Histórico, es un magnífico ejemplo de la arquitectura neoclásica.»

Resumen

Clasificación: Etnografía

Clase: El concejo

Tipo: Varios

Comunidad autónoma: Principado de Asturias

Provincia: Asturias

Municipio: Valdés

Parroquia: Luarca

Entidad: Luarca

Zona: Occidente de Asturias

Situación: Costa de Asturias

Comarca: Comarca Vaqueira

Dirección: Luarca

Código postal: 33700

Web del municipio: Valdés

E-mail: Oficina de turismo

E-mail: Ayuntamiento de Valdés

Dirección

Dirección postal: 33700 › Luarca • Luarca › Valdés › Asturias.
Dirección digital: Pulsa aquí



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